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Doctrina de la Vida Cristiana

Dios en la figura de Jesús vivo una vida humana en su máxima expresión de santidad. En ese sentido Jesús es nuestro ejemplo. Creemos en un cristianismo holístico, que impacta todas las áreas de la vida. Por tal razón, aspiramos a que nuestras vidas sean de inspiración para quienes nos rodean, por ser positivas y equilibradas, cuidando nuestro cuerpo, refinando la mente y el espíritu.

21. LA MAYORDOMÍA: Más que cualquier otra cosa, la vida cristiana significa la entrega de nosotros mismos y la aceptación de Cristo. Cuando vemos cómo Jesús se entregó a sí mismo por nosotros, clamamos: “¿Qué puedo hacer yo por ti?”

 

Pero justamente cuando pensamos que hemos entrado en un compromiso absoluto, una entrega total, algo sucede que demuestra cuán superficial fue nuestra decisión. A medida que descubrimos nuevos aspectos de nuestras vidas que necesitamos entregar a Dios, nuestro sometimiento se profundiza. Entonces, con mucho tacto, el Espíritu lleva nuestra atención a otra zona donde el yo necesita entregarse. Y así continúa la vida a través de una serie de repetidas entregas a Cristo, las cuales se profundizan cada vez más en nuestro ser, nuestro estilo de vida, la manera como actuamos y reaccionamos.

 

Una vez que entregamos todo lo que somos y lo que tenemos a Dios, a quien todo le pertenece de todos modos

(1 Cor. 3:21-4:2), él lo acepta pero luego nos lo vuelve a entregar, haciéndonos mayordomos o cuidadores de todo lo que “poseemos”. Entonces, nuestra tendencia a vivir vidas confortables y egoístas se ve quebrantada al darnos cuenta de que nuestro Señor fue como el desnudo, el preso y el extranjero de la parábola. Y su perdurable mandato: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones”, hace que las actividades de la iglesia —compartir, enseñar, predicar, bautizar— sean más preciosas para nosotros. Por causa suya procuramos ser mayordomos fieles.

 

“¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo... y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro Espíritu, los cuales son de Dios”

(1 Cor. 6:19, 20). Fuimos comprados, redimidos, a un costo muy alto. Pertenecemos a Dios. Pero esa acción divina fue tan solo una reclamación, porque él nos hizo; hemos pertenecido a él desde el comienzo, porque “en el principio creó Dios...” (Gén. 1:1). Las Sagradas Escrituras especifican claramente que “de Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan” (Sal. 24:1).

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Somos mayordomos de Dios, a quienes se nos ha confiado tiempo y oportunidades, capacidades y posesiones, y las bendiciones de la tierra y sus recursos. Y somos responsables ante él por el empleo adecuado de todas esas dádivas. Reconocemos el derecho de propiedad por parte de Dios mediante nuestro servicio fiel a él y a nuestros semejantes, y mediante la devolución de los diezmos y las ofrendas que damos para la proclamación de su evangelio y para el sostén y desarrollo de su iglesia. La mayordomía es un privilegio que Dios nos ha concedido para que crezcamos en amor y para que logremos la victoria sobre el egoísmo y la codicia. El mayordomo fiel se regocija por las bendiciones que reciben los demás como fruto de su fidelidad.

 

(Gén. 1:26-28; 2:15; 1 Crón. 29:14; Hag. 1:3-11; Mal. 3:8-12; 1 Cor. 9:9-14; Mat. 23:23; 2 Cor. 8:1-15; Rom. 15:26, 27).

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